lunes, agosto 7

Sólo bastaba disponer... (era) la llave que abrió las ventanas de los cielos para recibir todo lo que tenías guardado para mí. Sublime fue tocar tu mano… sentir tus caricias… cobijarme en tu seno y haber escuchado tu respirar… No fue un sueño, era la realidad, eran tus sueños que se hallaban guardados en lo más recóndito de mi ser… Ya no eran lágrimas de desconsuelo, era el fruto del quebranto, porque comprendí que eras tú el que siempre estuvo a mi lado sosteniendo mis pasos, afirmando mi caminar. Por primera vez en tanto tiempo pude percibir que desde mi interior brotaban nuevas fuerzas, y ya no había más cansancio de tanto correr, había quietud en medio de la tormenta… porque fue tu mano que se movió para calmar la tempestad, y renacieron todos los sueños que una vez extravié en parajes por los que vagaba sin dirección.

Soplaste… lo sé… sentí tu aliento fluyendo en lugar del veneno que recorría mi cuerpo… desde muy adentro pude ver cómo cada fortaleza en ruinas era edificada otra vez con paciencia y esmero, y sólo por amor. Pude palparlo, ese calor que me entrega abrazarte, que ahuyenta toda sombra porque tu luz admirable hizo despertar del eterno sueño a vagas memorias del ayer, donde la esperanza residía en aislados lugares de su mirada… Ya no más.

Enloquecí, como un trueno que estremece al firmamento sentí tu voz… No sabes la delicia que apreciaron mis oídos al escuchar esas palabras que con tanta pasión anhelaban escuchar… “yo sí te amo”… No eran palabras al viento, como las que siempre tocaba, eran palabras directo al corazón, irrumpiendo todos los espacios y sellando toda herida que encontraron en su pasar… esa melodía cautivante, me conquistó sin reservas, y ahora puedo volar para seguir tu canto que apacigua toda ansiedad, encendiendo delicadamente la llama que alguna vez flameó en pos de los secretos sordos que nunca supe oír…

Quiero encontrarme contigo una vez más, visítame… te espero… quiero regresar a tu amanecer y desfallecer camino a tu ocaso, y olvidar los gritos que exclamé en silencio, yacer en tu regazo y dormir en tu mirar. Ya el amargo paraje queda en el pasado, y todo queda como una perfecta pesadilla en la que la principal cómplice era mi conciencia. Ya no existe tormento, porque tú padeciste por mí, y no bebo más de la copa del líquido mortal… mis propios miedos. Ahora resurgen las llamas que iluminan todas esas máculas que hablaban de muerte y de sed. Vuelven a resplandecer las nubes en el horizonte, y oigo el canto de las aves, cantos que hablan de paz, de tranquilidad, y vuelan hasta lo alto, expresándote que estoy aquí, esperando tu consuelo… tus palabras que antes apacentaron las batallas de mi corazón, y que sé que regresarán a apaciguarme.

Surge hoy otra necesidad mucho más grande que la que ayer habitaba en mis entrañas, es una agonía que proyecta una sonrisa en mi rostro y atrae todos los ideales que extravié en añejos laberintos… la necesidad de verte cara a cara. Como los ríos buscan al mar te busco ahora… esos instantes en que basta una mirada para estremecer todo mi cuerpo, una palabra para despertar mi espíritu, una caricia para restaurar mi alma. Nadie más llena mi ser como lo haces tú, no puedo articular palabras que expresen tal sentir… el privilegio de permitirme conocerte en la intimidad, sumergirme en tu palpitar acariciando tu esencia, desvaneciéndome mientras aspiro tu dulce aroma… y no hay tiempo ni espacio ni presencia alguna que me aleje de ti…

Asfíxiame sobre tu pecho otra vez… te necesito más que ayer, sólo tu fuego podrá darme calor… contigo nada hace falta, tú lo llenas todo… yo sólo quiero estar donde tú estás… atráeme con tus cuerdas de amor, dime que estás aquí… y nunca… nunca me dejes ir…

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