viernes, noviembre 24

Hace un tiempo...

Y aquí estoy… sentado buscando entre los recovecos de mi mente algún bagaje (por lo menos) verosímil; añorando idear una forma de mitigar estos pensamientos desaliñados y (tal vez) efímeros. Aquí, cubierto de desnudez, insurrecto aunque sin temple, parado sobre mis rodillas, leo una y otra vez el dictamen de mi herencia. En una palabra, insípida. En dos, falaz. Precario pero voraz, pretende caducar un día antes… de la promesa. Dice que no se puede dilatar, que es irrevocable. Y termina preguntando, por alguien, no, por algo; apela a la ausencia de mi emblema, a la candidez de mi proclama. ¿Su nombre…? Fe.

Mi primera reacción habría sido escapar, correr hasta que mis huellas me aventajasen, dilapidando todo cuanto estuviera a mi alcance, dilatando mis pasos recelosos (y todavía, ásperos); quizá así podría amilanar el efecto de esa ponzoña. Pero no, no puedo abdicar. Es cierto, el letargo es capaz de embestir hasta las más boyantes nostalgias, pero aún así debo entrar a la salida…

Una vez más se entrecruzan las corrientes, el choque de la reflexión inerme se hace notar. Intento prestar atención al fecundo mensaje, ese que prolijamente susurró a mi (in)conciencia la realidad que soy caminando sobre lo etéreo (cómo dijo que se llamaba... ¿dominio propio?). Y clamo... llamo... busco... pero aún sabiendo, aún conociendo, aún en la propia repulsión... accedo. Buscando en los escondrijos (algo... sórdidos) me encuentro con el bien conocido (y odiado) señuelo. Dos puertas, proyecciones de lo que puede ser, imágenes de lo que podría venir. Otra vez el susurro, que apunta a lo que no veo (lo que quiero ver)…

Vuelvo a leer. Algo cambió. Se torna aún más lapidario. Sentencia que la lid recién comienza, que galopan por tierra árida aquellos proscritos abrumados (los dejados atrás); pretenden no dejar vestigios de los moradores ni de sus galardones. Avanzan sediciosos por caminos amalgamados al olvido…

Vuelvo a huir… me extravío por los afanes de la ciudad, me encuentro con mil salidas… y un camino. Camino arduo de la miseria de vivir cada paso para alejarte más… Espinoso, lapidario, frígido quizás. Implacable… seguramente. Las luces se confunden, en un rápido pasar se me cruzan imágenes… momentos… situaciones… decisiones… que abordaron sin apenas pedir permiso la barca en ruinas, carcomiendo los remos para ya no volver… Inecuánime metamorfosis del cosmos, gritar desmesuradamente suplicando por tu voz… y obtener un eco por respuesta… Se abrió la puerta a la duda, al temor… y se encerraron… con uñas y dientes defienden el que proclaman su territorio… reclamando el derecho a la tristeza, el deber de la ausencia, el valor del silencio…


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¿Sabes? No cambiaría por nada todo lo experimentado. Sí, fue arduo, pero fue necesario. Tenía que ser así. Y si no fuera porque he aprendido a verme como tú me ves, jamás lo hubiera entendido, y jamás hubiera sido capaz de sentir esta enorme gratitud, porque gracias a ello pude comprender y conocer la realidad que quieres que viva. Gracias, porque si no fuera por todo aquello, nunca habría podido conocer el amor incondicional con el que me cuidaste. Ahora que miro hacia atrás puedo ver en cada paso, en cada día, en cada lágrima, en cada silencio, tu manto cobijándome.

Muchas veces me pregunté, para qué sigo de pie; mi brújula giraba hacia cualquier dirección, de cualquier forma, nada tenía sentido; no comprendía con qué propósito cada mañana volvía a respirar. Y lo peor de todo es que llamaba y ¡no escuchabas!... o eso pensé yo… Había decidido cerrar mis oídos, ya no quería escuchar más falacias, no quise volver a rozar esa piel resentida, punzaba demasiado, tanto que no distinguí que al cegarme también estaba negando mi propio nombre…

Tal vez por lo mismo me refugié en el seno de la indiferencia, dirigiéndome directo a la hostilidad. Paulatinamente fui sumergiéndome más en anestésicos que a la larga nunca surtieron otro efecto sino creer que por momentos me olvidaba de todo. Hasta llegué a creer que ese placebo era agradable… creí que esas corazas realmente me defenderían. Repudio… y adicción a la vez. Después de todo, con algo había que saciarse... (las máscaras también son adictivas…)

Es irónico… lo que ayer tanto te reproché hoy te lo agradezco. Y es que es tan precioso sentir tus brazos rodeando mi cuerpo, el fuego que me hace explotar de alegría, tus manos que traen sanidad, tus espaldas que me dan descanso. No te reemplazo por nada… Puedo decir que se apaciguan las aguas cuando puedo confiar y entender la plenitud de tu grandeza. Puedo decir que aún cuando callas puedo escucharte, y aún más puedo disfrutar sabiendo que mientras callas, escribes… palabras de vida eterna. Puedo decir que nadie se compara a tus promesas, que en tu presencia encuentro mi identidad, que eres único y lo eres todo… que a pesar de que no te veo, puedo sentirte, respirarte, tocarte, abrazarte, y que pase lo que pase, siempre prevalecerá tu promesa, ante todo, ante todos, entre todos, y para todos!! Puedo decir que hoy soy esclavo de una eterna libertad. ¡Para qué quiero vicios que esclavizan, que dañan, si mi vicio me da libertad y sanidad!