Qué puedo decir, qué puedo escribir sin que las letras no digan lo que deben decir sabiendo que no deben hablar sin escucharse a sí mismas, conscientes de que la conciencia no es consciente de los sentimientos que no razonan ni siquiera ante la razón de ser y no existir ante la realidad, la que tampoco es realidad mientras no sea el real deseo de lo que uno realmente quiera ver como real. Quién soy entonces, si no soy quien debería ser sino quien ahora soy, por lo tanto, fui quien seré sin ser sino ‘era’. Cómo puedo estar seguro de mi inseguridad si estoy inseguro, cómo se si la mentira es verdadera si miento al decir que conozco la verdad, verdaderamente muchas son las posibilidades, pero qué viene al caso si no hago caso de lo que digo…
Vanos anacronismos.
Se acaban las letras… y el silencio precursor amenaza, solemne y taciturno, con volver a decorar pesadillas. Suspendido en el etéreo paraje me encuentro con las mismas trampas colgando de mis pies, aprisionado en las redes del desvelo. Enceguecedores son los mensajes que advierten del inexorable regreso de la somnolencia, donde súbitamente abro las persianas y pálidos retazos se adhieren a mis manos, que se deshojan en el oscilar de la brisa. Y ciego a las culpas, trémulo entre la neblina puedo oír que la lluvia golpea con secretas gotas de estupor a los pétalos del olvido, inundando con ímpetu las paredes bañadas de cielo. Féretros incólumes danzan sobre el inapelable y eterno encierro, atados a las estrellas desde el polvo. Retornan su camino aquellas luciérnagas precipitadas, acariciadas por la consentida ausencia mientras un gélido aire empieza a correr por mi cuerpo entretejiendo envejecidos telares de silencio.
No dejes que esos disfraces vuelvan a ceñirme. Empiezo a notar que me faltas incluso antes de que te hayas ido. Puedo pasar mucho tiempo sin verte pero me duele la piel cada vez que extraño tus caricias. Destrózame los cimientos, haz polvo mis esquemas. No quiero volver atrás, no más cielos grises, te conocí y eso me basta para caminar descalzo. Estar o no estar contigo, esa es la medida de mi tiempo. Entraste en mi vida, sin apenas equipaje. Mírame, quiero ver mi rostro reflejado en tus ojos, acurrucarme en la eternidad de este instante, y con esa mirada decirlo todo… decirte que te necesito, que no puedo seguir sin ti, que me haces falta, que se extinguen las fuerzas. Sólo deseo expresarte esta necesidad… que necesito viajar a aquel lugar que me vino a visitar una vez… esas aguas cristalinas que me bañaron con su refulgente color carmesí, paladear el sabor de la impetuosa llamarada cual abrigo en el invierno, y así al fin poder esgrimir el magnánimo elixir: Eres mío y tuyo soy…
Te ofrezco, no uno ni mil cantos, ni la cadencia de un lamento, ni siquiera el susurro de un poema, tan solo este pequeño reino de palabras que debieron ser dichas pero que apenas se atrevieron a ser escritas.
lunes, agosto 7
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